miércoles, 12 de mayo de 2010

Ay, las cenizas

Está claro que llamarse Eyjafjallajökull no presagia nada bueno. Y el indomable islandés, más fiel a su espíritu que Jim Morrison o Lady GaGa (quisiera dejar de mencionar a esta chica; pero por alguna razón pienso antes en ella que en Nina Hagen), ha vuelto a decir que sí. Que está aquí para quedarse y que tiene mucha lava y ceniza que darnos.


Y hasta los aeropuertos del norte de España han tenido que cerrar otra vez, con lo incómodo que es eso. Cientos de pasajeros haciendo noche en una ciudad que no es la suya, durmiendo en pasillos y salas de espera, alimentándose de KitKats y, lo que es peor, llegando con días de retraso a citas laborales, sentimentales o de cualquier otra índole. Súmenle a todo eso la existencia de algún reportero de Antena 3, una azafata, y ya verán qué pronto montan un numerito.

No, no me quiero reír de toda esa pobre gente, qué injusticia. Es más, es normal que Eyjafjallajökull levante pasiones a favor y en contra; cuando hace dos meses ni siquiera reparábamos en él. Creo que esa marca no la batió (y de verdad que es la última vez que recurro a ella) ni Lady GaGa.

Pero... déjenme decirles una cosa.

En realidad, no es tan malo que ocurran cosas como ésta. O, mejor dicho; sí lo es, pero los humanos ya llevamos unos cuantos añitos sobre la Tierra (27 yo; ustedes, no sé) y deberíamos aceptar que lo que estamos pisando no es ni más ni menos que un planeta vivo. Que ruge y tiembla, que se regenera y transforma, que necesita liberar presión a través de distintas válvulas. Esto, que lo digo yo como si supiera de lo que estoy hablando, se lo puede confirmar cualquier señor con gafas y una bata blanca.


Y esa actividad geológica, tectónica y volcánica no entiende de compromisos humanos. La Tierra debería saber que una persona viaja a Oslo por puro placer, pero quiere volver en tres días porque trabaja en un Zara; y ahí hay mucha gente que le necesita para que le cojan los bajos. Pero lo ignora.

Debería saber que una persona ha reservado tres noches de hotel en Montevideo, pero la cuarta debe pasarla en su casa o en cualquier sitio que no sea el pavimento de un aeropuerto. Pero eso también lo ignora.

Debería saber que hay una banda indie británica que debe tocar el miércoles en el Festival de Coachella, porque para eso le pagan y, además, porque hay miles de fans que se han dejado un dineral en acudir al evento (y llevaban un mes afilándose el flequillo). Pero eso, lamentablemente, también lo ignora.

El planeta no sabe de nuestras idas y venidas, porque no es nuestro: no nos lo hemos sacado nosotros de la manga. Es más, lo maltratamos continuamente sin darle mayor importancia, así que no sólo no tiene la obligación de ser servicial para con nosotros, sino que tampoco nos debe ninguna explicación. Esto, que les parecerá una perogrullada, deberíamos tenerlo todos bien grabado a fuego en nuestra memoria. Pero, como buenos animales racionales, lo ignoramos.


Y sin embargo, qué les voy a decir. Que la vida sigue. En la Europa septentrional (estaba deseando usar esa palabra, me van a disculpar) puede que llegaran a cancelarse el 80% de los vuelos. Sin embargo, nadie ha muerto por ello y parece que la normalidad se recobrará en cuestión de días. No es muy probable que alguien haya perdido su trabajo por la nube de ceniza, así que las bocas del hemisferio norte seguirán estando alimentadas. Incluso me atrevería a decir que el Festival de Cannes no va a echar en falta a ninguna starlette del celuloide, por lo que las revistas del corazón van a tener su pertinente ración de modelazos.

A veces, las personas convertimos en un drama cosas que tienen solución. Si ustedes fueran un planeta erizado de volcanes, cosido a base de placas tectónicas, con tres cuartas partes inundadas de agua salada y (lo que es peor) pisoteado por millones de almas que no dudan en despellejarlo y corroerlo sin un asomo de misericordia; ya veríamos si no echaban mano de algún que otro Eyjafjallajökull. Yo, no les quepa duda, lo haría.

PD: he decidido premiar su paciencia, amigo lector. Cuentan que estaba Björk aburrida en su casa, cotilleando por YouTube, y encontró esto: un vídeo a base de imágenes del Eyjafjallajökull y musicado con su canción 'Earth Intruders'; que versa sobre el dominio de la naturaleza ante las voluntades humanas, tan presuntuosas como insignificantes. Tan deleitada quedó la chanteuse islandesa ante lo que consideró un pequeño manifiesto ecologista, que decidió colgarlo en su web oficial para solaz y esparcimiento de sus fans. De nada.