domingo, 31 de enero de 2010

Y ¿por qué se llama La Gran Idea?



La tarea de bautizar a una persona, animal o cosa es ardua: uno nunca sabe si el nombre elegido le seguirá sonando bien al día siguiente. Tanto es así, que se pueden llegar a cometer verdaderos despropósitos: dentro de unos años, que le pregunten a la hija de Gwyneth Paltrow si le gusta llamarse Apple. A ver qué dice.

De igual modo, y superado el trance de alumbrar un blog, yo mismo me enfrenté a tal problema: ¿cómo lo voy a llamar?, ¿será un título recordable?, ¿representará mi modo de pensar, mi idiosincrasia?, ¿sentiré vergüenza al pronunciarlo cuando me den un premio?, etcétera.

Menos mal que se me iluminó la bombilla, y recordé una de mis máximas: toda creación es préstamo. Así, me vino a la memoria uno de mis libros favoritos: Cosas que hacen BUM, de Kiko Amat. En él, Pànic Orfila, un estudiante de Filología Románica criado en un ambiente iconoclasta, persigue un objetivo vital. O, mejor dicho, se entrega a la tarea de saber qué va a perseguir, ya que ni siquiera se ha parado a pensarlo. Su vida es una huida hacia delante. Una concatenación de decisiones impulsivas y, a veces, sin sentido; pero que le enriquecen.

Y es entonces cuando se refiere a su meta, su ansiada meta, como La Gran Idea. Con mayúsculas, que es más solemne.

No es mi intención desvelar más detalles de ese libro. Creo que encierra demasiada riqueza como para enlatarla en unos cuantos renglones, más bien os animo a descubrirlo. Sólo quiero decir que leerlo me impactó profundamente, por su ritmo enloquecido y por ese retrato del joven contemporáneo, cultivado y escéptico, que quiere sobresalir (aunque no sabe cómo) en un mundo al que considera vulgar.

No, no me importaría levantarme mañana, bajar a comprarme un caramel macchiato al Starbucks, ir al pagar y mirar el DNI para descubrir, no sin pasmo, que me llamo Pànic Orfila.

Queda claro, ¿no?

¿Por qué La Gran Idea?

Pues bien, todo tiene su génesis.

Allá por 1998, en mi tierna adolescencia, recuerdo haber leído un reportaje sobre el funcionamiento de los sistemas del cuerpo humano. En él, a todo color, se mostraban espectaculares ilustraciones del interior de diversos órganos: un guiño a la película El chip prodigioso. Uno de los apartados que más me gustó fue el dedicado al aparato digestivo, titulado Cómo transformar una ensalada en una idea. No, no daba las claves para hacerlo, pero sí daba a entender que un buen aporte de nutrientes era el combustible para hacernos funcionar. Que de ahí saliese La Celestina, un récord de 110 metros vallas o la invención del ghettoblaster, dependía ya de las capacidades de cada uno.

Pero sí me dio la clave para entender por qué ayer, después de cenar unos filetes de merluza con puré de patatas; sentí la necesidad irrefrenable de crear, dilucidar, discurrir. Y mi cerebro, activado por los carbohidratos o vaya usted a saber qué, me dijo 'pues dale, hijo, dale'; orden que fue acatada ipso facto por mis piernas, que me pusieron de camino al portátil; y mis manos, que se entregaron al teclado cosa mala. Lo que vino después fue una sucesión de cavilaciones, escrituras, borrados y rehechos; y otras acciones compulsivas, animalísticas, viscerales y del todo obscenas que no cabe relatar aquí.

Ese totum revolutum devino, finalmente, en remanso de quietud. De él brotó, cual flor en la lava del Kilauea, un pequeño fruto: este blog. ¿Si tengo alguna pretensión con él? Claro. Perseguir una gran idea, que puede ser hacerme famoso, trascender a la posteridad, pasar el casting de Saber y Ganar, ganar crédito como escritor o, simplemente, dar una vía de escape a mi monólogo interior. Hace tiempo que, pobre de él, me decía que necesitaba una válvula de escape. Sí, y que no podía más, que quería abandonar mi cabeza y salir al exterior, donde todo era luz y fotos del Duque. Naturalmente, un lugar mucho más apropiado para un monólogo interior, dónde va a parar.

Por tanto, ésta es la historia, con final feliz, de una inquietud. La de escribir más allá de los comentarios del Facebook (costumbre que reivindico); que todos sabemos que es una cosa muy mala, administrada por unos señores despiadados que quieren forrarse y ponerse un diente de oro. A nuestra costa.

Y, sin más, espero que éste sea el pistoletazo de una larga entrega creativa. Ojalá guste a alguien. Ojalá me dejéis muchos comentarios. Ojalá le echéis un vistazo y, al menos, no quedéis decepcionados. Ojalá, ojalá, ojalá.

Un efervescente saludo.
Cris*